jueves, 14 de junio de 2007

Retrato de un hijo...

Llamaba la atención de Pablito su curiosidad. Aunque le constaban once primaveras, atendía las palabras de su padre como un niño de seis. Esto, y su forma de mirar. Apenas pestañeaba. Aquellos limpios ventanales miel, atravesaban a sus mayores como lanzas de inocencia. Además, su vocecilla, robada de un cuento infantil, engatusaba a todos.
Pajarillo flaco, inquieto, vivo. Al caminar, sus ropas bailaban a ritmo propio entre bastidores de huesos menudos. Arbusto desnudo, sin hojas. Un alambre sostenía una cabeza raída, un poco exagerada, que dejaba ver cien marcas de pedradas y uñadas. Cosas de chicos. Su cara era larga de almendra.
Solía acompañar con disposición a su mamá en sus lecturas, al pie de la silla. Después, disfrutaba inventando historias, siempre con hadas, príncipes y princesas y algún que otro ángel. Y cuando las cosas se les ponían feas, azuzaba a su madre con caricias o lindezas, otras veces con canciones. Ella solía rendirse a los encantos de su truhán. Un diablito. Un artista del “artistaje”. Su único hijo.

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