Pajarillo flaco, inquieto, vivo. Al caminar, sus ropas bailaban a ritmo propio entre bastidores de huesos menudos. Arbusto desnudo, sin hojas. Un alambre sostenía una cabeza raída, un poco exagerada, que dejaba ver cien marcas de pedradas y uñadas. Cosas de chicos. Su cara era larga de almendra.
Solía acompañar con disposición a su mamá en sus lecturas, al pie de la silla. Después, disfrutaba inventando historias, siempre con hadas, príncipes y princesas y algún que otro ángel. Y cuando las cosas se les ponían feas, azuzaba a su madre con caricias o lindezas, otras veces con canciones. Ella solía rendirse a los encantos de su truhán. Un diablito. Un artista del “artistaje”. Su único hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario