RELATO: QUE DIOS SE APIADE DE MI ALMA
El sol calentaba tímido la ciudad de Sevilla, encendiendo la entrada principal de la clínica privada Miguel Server. Don Arturo, el director, coincidió con dos cirujanos de su personal, que se incorporaban a la jornada. Los ruidos del despertar de la ciudad les acompañaban. Súbitamente, un taxi irrumpe con ímpetu en el lugar. El conductor, un hombre de mediana edad y con un gesto de angustia dibujado en el rostro, gritaba socorro. Inmediatamente la pareja de doctores se acercaron al vehículo.
En el interior de auto, un niño de diez años, se debatía por seguir respirando. Había sido víctima de un atropello y de la fuga del responsable.
- ¡¡ayúdenle por favor!! ¡se va a morir!
- ¡dios santo, tiene el cráneo abierto! ¡si no le llevamos dentro morirá aquí mismo! –indicó uno de los facultativos a su compañero, mientras trataba de mover al crío.
El director se percató de la situación y ordenó desde la entrada, a sus empleados que no tocasen el cuerpo. El taxista debía continuar hasta el hospital público. En escasos instantes decidió que un desconocido, posiblemente sin poder adquisitivo suficiente, no recibiría tratamiento en su lujosa clínica, el S.A.S es quién debe correr con los gastos económicos.
- ¡se lo ruego señor! ¡es tan solo un niño! Yo le encontré tirado en la carretera. No tengo nada que ver con él, tan solo le traje aquí para salvarle. ¡se muere! ¡tenga piedad!
- ¡continúe a prisa! En este hospital no tenemos instrumental para atenderle ¡no pierda el tiempo! ¡¡váyase!! –mintió excusándose.
- ¡es usted un malnacido! Que dios se apiade de su alma.
El vehículo continuó la marcha, a pesar de las protestas de los jóvenes cirujanos a su jefe. La bocina y un pañuelo blanco indicaban la urgencia. Catorce minutos más tarde, el auto dejó de aullar, el chiquito había dejado de respirar, en un atasco, trescientos metros antes de llegar a su destino. El silencio dio paso al frío y a la muerte.
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Don Arturo se preparaba para volver a casa, había sido una mañana sustancial y provechosa. Mientras apagaba su portátil, repasaba mentalmente su triunfo en la sociedad, su privilegiada posición económica. Su teléfono móvil repicó.
- Dime mi amor. Ya voy para casa y no lo digas, recogeré a Luisito de la escuela. ¿ocurre algo? ¿estás llorando?
- ¡Arturo! ¡Arturo! ¡¡¡han matado a Luisito!!! ¡un malnacido le atropelló en el paso de peatones de la escuela!!. ¡¡quiero morir!! ¡¡quiero morir!!
- ¿queeee???
- ¡Arturo! ¡quiero morir! ¡que dios se apiade de mi alma! Agggg…
Don Arturo se dirigió al Hospital público Virgen de la Macarena, allí encontró, el cuerpo de su más preciado tesoro, su único hijo. Había dejado de existir en el interior de un mugroso taxi, en un atasco de tráfico, con el despertar de la capital. La policía le esperaba fuera.
Martes 15 de mayo de 2007
Autor: Juan Manuel, alumno de Campus Crea, Escuela de Escritores.
domingo, 3 de junio de 2007
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